, 06 de julio de 2025
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Salvar el pop
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Salvar el pop

Actualizado 20/02/2025 08:42

El concepto del “pop” hace referencia a una serie de manifestaciones artísticas que tienen en común un carácter popular, resultando el término una contracción de “popular”. No se referiría tanto a un arte producido por las masas, sino que su definición sensu stricto viene dada a través del prisma de la sociedad del consumo. Es decir, esta popularidad se referiría más a una repetición seriada y apetecible en búsqueda de una gran difusión comercial y una aceptación por el público general. Tal nomenclatura obligaría, de manera tanto consciente como inconsciente, a alejarse del pueblo, a pesar de su nombre, para estar en consonancia con los intereses del capital. Sin embargo, este alejamiento es relativo, pues en realidad el proceso producido se correspondería más con una apropiación de los temas más comunes y cotidianos con el deseo de amoldarse a un gusto generalizado.

Un panorama tan oscuro y mercantilista dado por la conceptualización del pop nos hace mirar con sospecha aquello que vemos repetido, de manera aparentemente inocente, hasta la saciedad. Sin embargo, resurge de manera periódica y jocosa una construcción gramatical que, aparte de hacerme gracia, me genera cierto sentimiento de comunión. Esta es: “salvar el pop”. La aparición constante de esta noción hace patente una preocupación generalista que no debe tomarse como intrascendental o naïf. Cuando aparece una artista emergente con unas fórmulas innovadoras que entran dentro del espectro de lo pop inmediatamente recibe la carga de salvar el pop. Ello, junto a otra serie de referencias como el hecho de considerar a las obras, ya sean musicales o plásticas como “Biblia del pop”, dota de cierto carácter mesiánico a la proposición. Es la elegida, la que trae la Buena Nueva y la Verdad ante una coyuntura desoladora de sonidos anodinos y vacuos, repetidos hasta el hartazgo, que atosigan a los oyentes. Pero la cuestión reside en qué amenaza al pop para que haya que salvarlo continuamente. En primer lugar, debemos citar la infantilización progresiva del género a fin de hacerlo degustable. En segundo lugar está el hecho de tomarlo de manera paternalista e ignorar las peculiaridades y novedades que ofrece al etiquetarlo de manera inconsciente y despectiva como “pop” sin tintes. En último lugar, la iteración de las fórmulas ya vistas resulta en un producto que, aunque pueda gozar de calidad, carece de identidad propia e, incluso, integridad redundando en la idea de una obligación por el éxito constante vinculado a las relaciones de depredación propio de un modelo de hiperconsumo. Ante esta premisa, cualquier pieza catalogada como pop se enfrenta a una posible sobrevalorización o infravalorización, lo cual hace posible la aparición de la tesis “salvar el pop”. El público actúa como un organismo crítico que pone en tela de juicio todos los aspectos que componen la obra hasta encontrar en ella la novedad que convierta la obra en una especie de profecía.

Aquí cabe preguntarse primero si el pop está en peligro y segundo por qué merecería salvarse en el caso de que así fuera. Las manifestaciones pop resultan, de alguna manera, una democratización impuesta de diversas propuestas artísticas. A partir de aquí, como público consumidor debemos valorar su calidad y abordarla de manera crítica a fin de descubrir si se trata de un producto orgánico, esto es, con consistencia y mensaje en consonancia con las diversidades realidades que rodean a la pieza. Se comienzan a echar de menos esas afamadas y polivalentes obras de arte total que giran alrededor de un concepto tan interesante como elocuente. Además, es interesante señalar cómo, a través del pop, se puede realizar una reapropiación de las formas y el mensaje, de tal manera que recupere su sentido más inmediato: relativo al pueblo. Esto es, salvarse a uno mismo a través de salvar un lenguaje. Eso explica por qué tanta preocupación en salvar el pop.

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