El presidente Donald Trump firmó 26 decretos presidenciales en su primer día en el cargo. Tras un mes lleva ya firmados un total de 72, una buena parte de ellos centrados en el desmantelamiento del Estado Federal, lo que se traduce en una concentración del poder en su persona. Pero ¿por qué tiene tanta prisa Trump? Bueno, en mi opinión porque la prisa es la tendencia dominante en estos tiempos que nos ha tocado vivir, porque la prisa aturde y confunde.
Informativos acelerados, mensajes a doble velocidad en los grupos de wasap, canciones aceleradas en plataformas como Spotify y es que la información y los avances en tecnología se suceden con tanta rapidez que no tenemos tiempo de asimilar casi nada. La paciencia ya no es un valor ha sido sustituida por la prisa. Tenemos prisa por vivir.
Se valora el estar muy ocupado ¡Me faltan horas, No me da la vida! En el libro de Lewis Carroll “Alicia en el País de las Maravillas” la Reina Roja y Alicia corren durante un largo tiempo, pero a la protagonista le parece que al parar están en el mismo sitio. Alicia no comprende porque en ese país todo el mundo tiene prisa y correr sin parar y le dice a la Reina
- ¡Todo está igual que antes!
- A lo que reina contesta ¡Pues claro que sí! ¿Cómo iba a ser sino?
- Pues en mi país, responde la niña. Cuando se corre rápido y durante mucho tiempo, se llegar a otra parte.
- ¡Un país “lento” el tuyo! -replica la Reina-. Aquí, es necesario correr mucho para permanecer en el mismo lugar porque para llegar a otro hay que correr el doble más rápido.
“En este siglo quizás acabaremos con las enfermedades, pero nos matarán las prisas.” Decía el Doctor Gregorio Marañón
Pretendemos estar allí, en el futuro, lo que nos impide estar aquí donde transcurre la vida. Además, lo que deseamos lo queremos de inmediato. Vivimos inmersos en un torbellino de estímulos de todo tipo y no somos, ni queremos, tomar un respiro para situarnos antes de hablar o de actuar en el AQUÍ y el AHORA. Es el sino de nuestro tiempo, hasta ha aparecido recientemente una nueva corriente política y filosófica a la que se ha denominado aceleracionismo, a la que parece haberse suscrito Donald Trump.
La idea central que la articula esta ideología, más política que filosofía en mi opinión, es resumiéndolo muchos, es que hay que acelerar todos los procesos capitalistas y toda la investigación tecnológica. Y hay que acelerar esto sin control ni medida hasta alcanzar el punto crítico. Pero no para reflexionar y tratar de superar sus deficiencias sino para arrasarlo todo y comenzar a construir sobre las ruinas un nuevo sistema económico, político y social. Que, a la vista de lo que está sucediendo, serán Imperios regidos por unos pocos Emperadores todopoderosos.
El escritor británico Ken Follett dijo que “Las vejaciones a las que sometes a los demás regresan, tarde o temprano, para torturarte.” Y una vejación, o al menos un intento de serlo, fue el tratamiento que dio recientemente el Presidente de los Estados Unidos al Presidente ucraniano Volodímir Zelenski.
Este aspirante a emperador no quiere ciudadanos, no quiere estados democráticos y libres. Él aspirar a tener siervos y países vasallos que se plieguen a sus deseos. Un Emperador no pide, exige por eso no le basta con vencer a sus oponentes quiere humillarlos. Por eso tiene prisa porque sabe que se puede tener engañados a muchos durante un cierto tiempo, pero no a todos durante todo el tiempo.
Trump cree que, con las prisas, acelerando todo lo posible los acontecimientos el mundo no caerá en la cuenta de sus siniestras intenciones hasta que sea demasiado tarde. Por eso en muy pocos días ha ofendido a Canadá, a la Unión Europea, a China, a Dinamarca, ha subido los impuestos a todos aquellos que considera competidores, ha despedido a los funcionarios públicos que tramitaban la multitud de causas judiciales que tiene pendientes, ha retirado competencias a los estados federales porque no es partidario de ese tipo de organización política. Quiere un Imperio bajo un mando único y absoluto, no quiere unos Estados Unidos de América por muy unidos que estén. Y en su delirio ególatra que el Golfo de México sea el Golfo de América. Lo próximo podría ser reclamar que los Océanos Pacifico y Atlántico sean renombrados como Océanos East and West of America, que la estatua de la Libertad llevará su rostro a que se añadiera este al de los 4 grandes presidentes del Monte Rushmore.
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