El barrio del Oeste, en Salamanca, homenajea al recientemente fallecido José Mujica, escribiendo sobre una de las blancas paredes la ya célebre frase de su pensamiento: "Ser libre es gastar la mayor cantidad de tiempo de nuestra vida en aquello que nos gusta hacer". Cada frase de este ilustre uruguayo es una reflexión profunda, o invita a una profunda reflexión sobre el sentido de la vida.
La trascendencia tras la muerte ha sido una cuestión de interés universal y atemporal, de todos los tiempos. No pretendo entrar en temas teológicos ni en qué pasará con nuestra alma más allá de la muerte. Me quedaré aquí, en la tierra, donde muere el hombre, el ser que deja un legado para las futuras generaciones y que su recuerdo permanece en la memoria de las gentes y de la historia. Muere el ser y comienza el mito o la leyenda en torno a la persona admirada o estimada.
El legado de José Mujica tiene todos los ingredientes para convertirse en mito o leyenda, aquello que ha de ser leído. Lo será, sin duda, para muchos latinoamericanos y para muchos ciudadanos el mundo. Es deseable que lo sea también para muchos políticos, sin perjuicio del pensamiento o las adscripciones políticas particulares de cada cual.
José Mujica, Pepe, como él prefería que se le llamara, no era un hombre perfecto, como no lo somos ninguno. Su pensamiento, decisiones y práctica política pueden y deben estar abiertas al análisis, como si de cualquier otra figura pública se tratara. El resultado es que tendrá partidarios y detractores. No podemos entrar a detallar en estas líneas su biografía. Todo aquel que le conociera un poco, sabe que era una persona con pensamiento y acción básicamente progresista.
Aquí nos vamos a centrar en su filosofía de vida, en la ética e integridad que definía su persona. Aspectos que, junto con la capacidad de transformarse forman, a nuestro entender, el principal legado que ha dejado. Se definía Pepe Mujica como campesino y quiso seguir encontrándose con la tierra pidiendo que sus cenizas fueran enterradas en el jardín de su modesta casa, a la sombra de un árbol y junto a los restos de su perra Manuela que le acompañó durante 21 años.
El uruguayo Pepe Mujica fue campesino, guerrillero tupamaro, fugitivo, preso, legislador, presidente, poeta, referente de la izquierda latinoamericana, político con voluntad de servicio a los demás, un filósofo práctico, aquello que el filósofo y escritor italiano Antonio Gramsci llamó “filosofía de la praxis”. Parece como si lo hubiera sido todo, sin aparentar de nada. Como si se hubiera hecho realidad aquel poema que escribió en la escuela primaria que decía “seré todo o no seré”.
Desde la visión más común y generalizada de este mundo, dominado por el ego, la vanidad, el poder y el consumo, se podría decir que la cota más alta que alcanzó Pepe Mujica fue la de ser presidente de la República Oriental del Uruguay entre 2010 y 2015. Pero Pepe es mucho más que eso. Su figura y su quehacer traspasa fronteras con un estilo de liderazgo filosófico, ético y profundamente humano, generando admiración más allá de su querida América Latina e incluso en contextos políticos, culturales y sociales distintos o alejado del suyo.
En el 2013, momento en el que Mujica era presidente del país, tuve la oportunidad de visitar Montevideo y entre sus maravillas el Palacio Legislativo (Parlamento de Uruguay) Me llamó la atención una frase que preside el Salón de Plenos y que dice “Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa por vuestra presencia soberana”, todo un recuerdo a sus señorías, los diputados. Me vino a la mente la figura de Mujica y mi imaginación voló sobre el cómo sería la dialéctica y el relato en aquella cámara de representantes. No me imaginé que una docena de años más tarde, su cuerpo sin vida estaría expuesto en aquel palacio para ser honrado por el pueblo uruguayo.
Nació Mujica en Montevideo en el 1935, creció en un modesto ambiente campesino. En la década de los sesenta se sumó al Movimiento de Liberación Nacional, una organización guerrillera de inspiración marxista conocida como Tupamaros que buscaba transformar radicalmente la sociedad por una mayor justicia social. Militancia que lo llevó a pasar más de trece años en prisión, en condiciones infrahumanas. Lejos de quebrarle, esas vivencias le condujeron a una forma introspectiva personal que más tarde alumbraría un pensamiento político definido por la humildad, la compasión y el rechazo del odio. Cosa que él mismo sintetizó al decir: «En mi jardín hace décadas que no cultivo el odio porque aprendí una dura lección que me impuso la vida: que el odio termina estupidizando, porque nos hace perder objetividad frente a las cosas».
Tras la dictadura y sus trece años en prisión, Pepe Mujica se incorporó al sistema democrático manteniendo sus ideales. Así, fue cofundador del Movimiento de Participación Popular (MPP), dentro del Frente Amplio, asumiendo la responsabilidad de diputado, senador, ministro y presidente de la República. Su gobierno estuvo definido por políticas progresistas con una concepción ética de la libertad, entendida esta no solo como un derecho individual, también como construcción colectiva.
Las críticas al consumismo y la defensa de la sobriedad no fueron discursos ideológicos vacíos en Mujica, sino que fueron formas de vida asumidas con sencillez y convicción por él mismo. En su renombrado discurso en las Naciones Unidas (ONU) Mujica denunció el modo de vida capitalista como una forma de esclavitud moderna que nos aleja de la felicidad auténtica y del cuidado del planeta. Al respecto, esta frase suya sintetiza la idea central de su pensamiento: “No venimos al mundo para desarrollarnos económicamente, venimos al mundo para ser felices”.
Más allá del quehacer político, lo que a mi entender distingue a Mujica en este mundo de opulencia es la coherencia de su pensamiento y palabra con su actitud y forma de vida sobria. Rechazó lujos, palacios, escoltas, coches brindados, ceremonias innecesarias. Siguió viviendo en su modesta casa de campo, con sus animalitos y sus flores, viajando y conduciendo su viejo escarabajo (Volkswagen) donando el 80% de su sueldo a la acción social. Esta filosofía de vida le otorga a Mujica una autoridad ética y moral difícil de encontrar en otros líderes del mundo.
Por otra parte, Mujica considera que el idioma es la «sangre de la cultura», porque transmite no solo palabras, también valores y formas de ver e interpretar el mundo. De ahí que le de mucha importancia de los vínculos históricos y culturales entre España y América Latina, significando el cómo la migración y el idioma han tejido una identidad compartida.
La figura de Pepe Mujica es una lección práctica de que la política no debe ser una carrera hacia el poder y el enriquecimiento, sino un acto de humanidad, entrega y servicio a los demás. Entre las muchas enseñanzas que nos ha dejado José Mujica cabe señalar la reivindicación de la ética y la integridad como fundamento de la política. Y para estos tiempos convulsos un mensaje claro de que "sí se puede por los votos, no por las armas y la violencia".
Les dejo con Nino Bravo: LIBRE
https://www.youtube.com/watch?v=7812dngARbk
© Francisco Aguadero Fernández, 23 de mayo de 2025
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